viernes, noviembre 02, 2007

El Mensajero de Jehova

El Mensajero de

Jehovà

¿Era Juan el bautista el profeta Elìas, como dijo Jesùs? ¿Hizo Jesùs lo que dice la “profecìa” de Malaquìas? ¿Es Jesùs Jehovà?

Amaury González Jorge

I

Jehovà Envìa su Mensajero

En Mateo, 11:10, Jesùs dice: “Juan es aquel de quien dice la Escritura: ‘Yo envìo mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino’.” Mateo, 11:14: “Y, si ustedes quieren aceptar esto, Juan es el profeta Elìas que habìa de venir.”

Si interpreto bien a Jesùs en el versìculo 10, lo que èl dice es que hay una persona que envìa su mensajero delante de su interlocutor para que le prepare el camino a este ùltimo. Veamos pues, a Malaquìas, 3:1, que es la cita que hizo Jesùs, segùn los sacerdotes que hicieron el Nuevo Testamento: “El Señor todopoderoso dice: ‘Voy a enviar mi mensajero (Elìas, Malaquìas, 4:5, nota a.f.j.) para que me prepare el camino’.” Aquì no se habla de ningùn mensajero delante del enviado de la persona que manda. Aquì, es delante del mismo Jehovà que va el mensajero preparando el camino, sin hacer menciòn de tercera persona alguna. Ahora bien, si se quiere aducir que Jehovà y su hijo son una y la misma persona, entonces tendremos que exigirle a Jesùs la misma lìnea de comportamiento. Y si aceptàramos la igualdad Jesùs-Jehovà, todo adquirirìa un matiz mucho màs complicado, porque Jesùs, despuès de establecer que “les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, no se le quitarà a la Ley ni un punto ni una letra, hasta que todo llegue a su cumplimiento (se refiere al fin del mundo, nota a.f.j.)” (Mateo, 5:18), y que “es màs fàcil que el cielo y la tierra dejen de existir, que deje de cumplirse una sola letra de la Ley (posiciòn que difiere de la de Mateo, 5:18, pues al contrario de este, deja abierta la posibilidad de que la Ley no se cumpla)” (Lucas, 16:17), procede con el màs proverbial irrespeto a echar por tierra los principios màs preciados dictados por el mismo Jehovà, quien instituyò hasta la pena de muerte para quien los violara, y que al mismo tiempo jamàs se hubiese imaginado a sì mismo diciendo que “les aseguro que los que cobran impuestos para Roma (la capa màs despreciable de la sociedad judìa, nota a.f.j.), y las prostitutas, entraràn antes que ustedes en el reino de los cielos.” (Mateo, 21:31). Jehovà jamàs se imaginò, conociendo tan perfectamente el futuro, que darìa un cambio tan dràstico a escasos mil trescientos años (fecha supuesta aproximada desde el tiempo de Moisès, hasta Jesuscristo). Peor aùn, Malaquìas, tan solo 500 años antes de la era comùn (a.e.c.), cita a Jehovà diciendo: “Yo soy el Señor, no he cambiado.” (Malaquìas, 3:6). Y todavìa tan cerca de la era de Jesùs-Jehovà, le dice a los israelitas: “Acuèrdense de la ley que le di a mi siervo Moisès en el monte Horeb. Eran preceptos y mandatos que todo Israel debìa obedecer! (Malaquìas, 4:4) Y para que nadie ose cambiar lo que dijo: “Dios no es como los mortales; no miente ni cambia de opiniòn.” (Nùmeros, 23:19).

II

Los Romanos y el Sanedrin Resistieron la Venida de Jesùs

Ahora bien, trocando en alucinaciòn nuestro entendimiento, aceptemos que Jesùs (Jehovà) es a quien prepara el camino el mensajero enviado por Jehovà (Jesùs). De ser asì, quien viene detràs del mensajero deberìa responder al caràcter esbozado en el libro de Malaquìas. Veamos:

Malaquìas, 3:2: “¿Pero quièn podrà resistir el dia de su venida? ¿Quièn podrà entonces permanecer en pie? Pues llegarà como un fuego para purificarnos; serà como un jabòn que quitarà nuestras manchas.” Este terrible poder Jesùs-Jehoviano, de corregir vicios conductuales y desòrdenes emocionales, se manifestò de manera pàlida en el Israel de la època, y no solamente fue resistido sino que al final Jesùs-Jehovà fue sumariamente ejecutado en la cruz del patìbulo romano y por razones que nada tenìan que ver con la actitud de ningùn santo pacifista, sino por agitar al pueblo judìo a la insurrecciòn popular por su libertad y su independencia. De no ser esto asì, este “santòn” no hubiese sido asesinado en la cruz, pues morir en la misma era la forma en que el imperio romano ejecutaba la pena de muerte contra los que incitaban al pueblo a la sediciòn y la rebeliòn. Y èl estaba plenamente consciente de esto cuando en Lucas, 14:27, dice a sus seguidores: “Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discìpulo.” Es como si Manolo Tavàrez en su momento dijera a quienes lo seguìan: “El que vaya conmigo a las Manaclas sepa que debe estar dispueto a morir.” En esa època la cruz no era sìmbolo del cristianismo, sino del riesgo de muerte en que caìa todo aquel que osara levantarse contra el poder romano, lecciòn aprendida por los judìos de la manera màs brutal, pues al levantamiento jerusalemita del año 66 e.c. (era comùn) siguiò la crucifixiòn de tantos miles de judìos que los bosques alrededor de Jerusalèn fueron arrasados. “El que no toma su cruz y me sigue, no merece ser mio” (Mateo, 10:38), fue el grito de guerra de este mesìas del siglo I e.c. “La cruz era un instrumento de tortura, al parecer de origen persa, que los romanos usaban para infligir la pena de muerte... Por medio de esta imagen Jesùs prepara a sus discìpulos para enfrentarse a la muerte” (comentario Biblia de Estudio a Mateo, 10:38).

III

Jesucristo no Purificò los sacerdotes

Malaquìas, 3:3-4: “El Señor se sentarà a purificar a los sacerdotes, los descendientes de Levì, como quien purifica la plata y el oro en el fuego. Despuès ellos podràn presentar su ofrenda al Señor, tal como deben hacerlo. El Señor se alegrarà entonces de la ofrenda de Judà y Jerusalèn, igual que se alegraba de ella en otros tiempos.” Jesùs-Jehovà no purifica ningùn sacerdote descendiente de Levì, ni ningùn sacerdote, y màs bien lo que hace la mayorìa es enfrentarlo de manera abierta. Ejemplos hay varios en los evangelios, siendo el màs sobresaliente su condena ante Caifàs (quien ya no era sumo sacerdote, si Jesùs muriò despuès de Juan) en el Sanedrìn. Y, puesto que no llevò a cabo la purificaciòn de los sacerdotes, lamentablemente tampoco pudo alegrarse de las ofrendas.

IV

Jesucristo no fue Testigo contra el adulterio

Malaquìas, 3:5: “Serè testigo contra... los que cometen adulterio.” Actitud en diametral oposiciòn a la de “Yo tampoco te condeno” de Jesùs-Jehovà en el episodio de la mujer adùltera en Juan, 8:3-1. Pero aquì podemos excusar al Hijo del Hombre, pues hacia el año 30 e.c. la lapidaciòn por adulterio habìa sido abolida como ley. Este relato de Juan solo puede explicarse mediante el hecho de que el escritor de este evangelio no viviò en la època de referencia, y escribe solo de oidas, agregando por demàs una mitologìa que no corresponde en absoluto al personaje que tratamos, y que ni siquiera a los evangelistas o al creativo Pablo se les ocurriò. Un dios creando a travès de otro dios lo encontramos en la mitologìa religiosa del antiguo Egipto, donde Temu (Atùm, Tomos en griego, Tomàs en español) crea el universo a travès Thot, el “dios palabra” (el “verbo”, el “logo”), que dice Juan dizque que se hizo carne. Lo que el dios creador imaginaba solo se realizaba en el momento en que esta imaginaciòn era traducida a palabras por el dios Thot o Tut, que los semitas convirtieron en Dwd, que es como aparece en hebreo el nombre de David, lo que ciertamente da que pensar.

V

Jesùs no fue Testigo contra los que Oprimen a los Trabajadores

Malaquìas, 3:5: “Serè testigo contra... los que oprimen a los trabajadores.” Contrario a esta posiciòn, el barbarazo de Jesùs-Jehovà dice quesi te obligan a llevar carga una milla, llèvala dos” (Mateo, 5:41), o sea que si el patròn te obliga a trabajar (queda implìcito que sin el pago justo, puesto que en ese caso no hablarìa Jesùs de obligar), tu debes trabajar el doble de lo que èl te pida. De modo que este “teòrico” de la clase patronal (en su tiempo, del amo esclavista) pide que la clase trabajadora se someta al doble de explotaciòn establecido por sus explotadores.

VI

Jesùs se apartò de los Preceptos de Jehovà

Jehovà-Jesùs se queja (Malaquìas, 3:7) de que “ustedes se han apartado de mis preceptos, como se apartaron sus antepasados, y no han querido obedecerlos”. Aquel cuya sangre “lavò mi ser” enseñò a sus seguidores a romper con ellos, asì mismo “como se apartaron sus antepasados”. Asì que Malaquìas, 3:7 constituye un acta de acusaciòn contra el que “naciò en Belèn y muriò en la cruz”. Mientras “el Padre” toma en prèstamo una de las leyes del còdigo dado por el dios Shamash al rey Hamurabì de Babilonia (1790-1750? a.e.c.) (mucho antes de que los judìos asomaran la cabeza por los predios de la historia), para establecer que “el que cause daño a alguno de su pueblo tendrà que sufrir el mismo daño que hizo: fractura por fractura, ojo por ojo, diente por diente” (Levìtico, 24:19-20), el “hijo unigènito”, desautorizando en forma flagrante a su “papà” dice: “Ustedes han oìdo que se dijo: ‘ojo por ojo y diente por diente’. Pero yo les digo: no resistas al que te haga algùn mal; al contrario, si alguien te pega en la mejilla derecha, ofrècele tambièn la otra” (Mateo, 5:38-39), mandato que es solo pose para la foto, amenazando con negar “delante de mi padre que està en el cielo” “al que me niegue delante de los hombres” (Mateo, 10:33), aplicando aquì la ley del taliòn que ya habìa derogado con el impràctico mandato de “la otra mejilla”. A este Hèrcules de la violaciòn del còdigo mosaico lo embarga tanto desprecio (o tanta vergÜenza) que ni siquiera menciona al que empeñò su nombre para el prèstamo de la citada ley. Pero para tranquilidad de sus prosèlitos modernos, no hay ni sombra de que la cita de Mateo haya salido de la boca de un fanatizado mesìas

Lucay en el Atlas de Cresques de 1375

Estela donde se hallan grabadas las 282 leyes del Código de Hammurabi. En la parte superior el rey Hammurabi (en pie) recibe las leyes de manos del dios Shamash. La estela fue encontrada en Susa, a donde fue llevada como botín de guerra en el año 1200 a. C. por el rey de Elam Shutruk-Nakhunte. Actualmente se conserva en el Museo del Louvre (París).(El de Hammurabi recibiendo las leyes del dios Shamash, es el mismo cuento que el de Moisès recibiendo las leyes del dios Jehovà, nota a.f.j.)

hebreo. En el siglo I a.e.c. (antes de la era comùn), y hasta el II e.c., un lìder polìtico podìa declararse ‘mesìas’ sòlo a condiciòn de que enfrentara al imperio por medios decididamente violentos, y de ninguna manera poniendo “la otra mejilla”. Esta lastimosa idea brota del basurero ideològico puesto a punto por el escuadròn de intelectuales al servicio de los inetereses del imperio romano, para consumo de los pueblos sometidos a las brutales botas imperiales. La ley del taliòn (contenida en el còdigo de Hammurabì), asumida por los sectores dominantes de la sociedad hebrea, suaviza su aplicaciòn cuando se trata del baròn esclavista. Este concepto podemos verificarlo en Exodo, 21:26, donde el mismo dios declara que “si alguien golpea en el ojo a su esclavo o esclava, y lo deja tuerto, tendrà que darle la libertad a cambio de su ojo.” O sea, que el ojo de su dueño no serà tocado, por lo que la ley del taliòn queda sin efecto. Si el esclavo era hebreo (Exodo, 21:2), y vino al amo sin esposa, y el amo le cede una, y procrea hijos, el esclavo se irà solo y tuerto para la calle (Exodo, 21:4), sin fuente de trabajo, sin esposa y sin hijos, porque estos pertenecen al amo (Exodo, 21:4), quien de seguro se estarìa riendo con la ùltima muela de atrà’. Ahora, “si el esclavo no acepta su libertad porque ama a su mujer, a sus hijos y a su amo (¡?, a.f.j.), entonces el amo lo llevarà ante Dios (¡?, a.f.j.), lo arrimarà a la puerta o al marco de la puerta, y con un punzòn le atravezarà la oreja. Asì serà esclavo suyo para siempre.” (Exodo, 21:5-6). En este ùltimo caso, el dios de los esclavistas judìos impone el rigor de un “punzonazo” al esclavo, quien se queda , ademàs de tuerto, con un tremendo hoyo en la oreja y esclavizado hasta el mismo dìa de su muerte. El segundo ejemplo lo encontramos en Exodo, 21:20-21: “Si alguien golpea con un palo a su esclavo o esclava, y lo mata, deberà hacèrsele pagar su crimen (no dice que hay que matarlo a èl tambien, a.f.j.). Pero si vive un dìa o màs, ya no se le castigarà, pues el esclavo es de su propiedad.” ¿En què quedamos entonces con “amaos los unos a los otros”, o el imposible “amar al pròjimo como a sì mismo”? En Gènesis, 9:6, Yavè dice que “si alguien mata a un hombre, otro hombre lo matarà a èl.” En un acàpite secreto de esta ley, de seguro Jehovà escribiò que la misma no es aplicable al amo. Este no està sometido a la ley del taliòn, pues èl mismo apadrinò su inclusiòn en el còdigo judìo. Sè que hay desgracias mayores, pero estas alcanzan niveles de barbarie, irònicamente generadas por un dios que es todo... “amor”.

Es ùtil recordar que esta ley, asì como todas las leyes “dictadas” por Jehovà-Jesùs a su creador Moisès, son leyes racistas, elaboradas a partir de la creencia de que la suya es una etnia superior a las demàs. Es cierto que Exodo, 21:2 dice que, “si compras un esclavo hebreo, trabajarà durante seis años, pero al sèptimo año quedarà libre, sin que tenga que pagar nada por su libertad”, pero esto es una trampa de quienes “hicieron” la ley, para esclavizar a quien le diera su gana, ya que Levìtico, 25:44 es meridianamente claro: “Si quieres tener esclavos o esclavas, còmpralos de las otras naciones que te rodean. Tambièn puedes comprar a la gente extranjera que vive entre ustedes, y a los hijos que les nazcan mientras estèn en el paìs de ustedes; a ellos pueden compralos en propiedad y dejarlos como herencia a sus hijos cuando ustedes mueran; siempre podràn servirse de ellos. Pero ninguno de ustedes, los israelitas, deben dominar ni tratar con crueldad a sus hermanos de raza.” Con esto vemos tambièn que lo dicho en Exodo, 21:2, es un privilegio de esclavos hebreos del que nunca disfrutaron los esclavos de otras naciones. Aquì estamos muy lejos de “amar al pròjimo como a sì mismo”. Y mas bien al contrario, estamos ante un “dios” racista, a quien nunca se le ocurriò que nosotros, los “negritos come yuca” de una lejana isla que èl no tuvo el gusto de conocer, podrìamos tener un asiento en el teatro donde es presentada la obra de su sistema de salvaciòn. La hipocresìa y el engaño son la lìnea de conducta predilecta en los dioses cristianos, si no, jùzguese por lo siguiente: en el capìtulo 20 de Exodo, Jehovà-Jesùs enumera los mandamientos que entrega a Moisès en las tablas de piedra y que debìan ser inviolables. Pero en Ezequiel, 20:25, este mismo “gran” dios se destapa con una confesiòn poco comùn: “Y hasta lleguè a imponerles leyes que no eran buenas y mandamientos con los que no podìan encontrar la vida.” De su propia boca, no de sus detractores, sabemos ya que Jehovà al igual que Jesùs, que segùn los cristianos del siglo cuarto en adelante es èl mismo, es un dios mentiroso y nada confiable.

VII

Mandato de Jesucristo para la Destrucciòn del Mundo

Jehovà-Jesùs se queja con amargura de que no le dan dinero ni le hacen regalos para èl poder comer: “¿En què te hemos defraudado? ¡En los diezmos y en las ofrendas me han defraudado.” (Malaquìas, 3:8) “Traigan su diezmo al tesoro del templo, y asì habrà alimentos en mi casa. Pònganme a prueba en eso, a ver si no les abro las ventanas del cielo para vaciar sobre ustedes la màs rica bendiciòn.” (Malaquìas, 3:10). Un dios “todopoderoso” mendigando “chelitos” haciendo promesas estùpidas. Dizque hizo el universo, ¿y necesita limosnas para poder comer? Es èl mismo quien lo declara: “asì abrà alimentos en mi casa.” Revisè los cuatro evangelios buscando esta amargura como sufrimiento de Jesùs-Jehovà, y no la encontrè por ninguna parte. La cuestiòn financiera no era su preocupaciòn. Por el contrario, Jesùs-Jehovà enseñò: “No se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir, ni por la ropa que necesitan para el cuerpo.” (Mateo, 6:25); “Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos.” (Mateo, 6:32). Con esto ùltimo acusa a Jehovà-Jesùs de ser un autèntico dios pagano, lo que equivaldrìa a acusarse a sì mismo, siempre que cedamos veracidad a esta quimèrica igualdad “divina”.

En este mismo capìtulo de Mateo, Jesùs-Jehovà hace una comparaciòn cuya enseñanza, de ser adoptada por sus seguidores, significarìa el caos y consecuente desapariciòn de la sociedad tal como la conocemos hoy. En el versìculo 26, este absurdo “creador” del universo dice increiblemente lo siguiente: “Miren las aves que vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan la cosecha en graneros; sin embargo, el padre de ustedes que està en el cielo les da de comer. ¡Y ustedes valen màs que las

Acechando la muerte



En 1994, el genial fotógrafo documentalista sudanés Kevin Carter ganó el premio Pulitzer de fotoperiodismo con una fotografía tomada en la región de Ayod (una pequeña aldea en Sudan), que recorrió el mundo entero. En la imagen puede verse la figura esquelética de una pequeña niña, totalmente desnutrida, recostándose sobre la tierra, agotada por el hambre, y a punto de morir, mientras que en un segundo plano, la figura negra expectante de un buitre se encuentra acechando y esperando el momento preciso de la muerte de la niña. Cuatro meses después, abrumado por la culpa y conducido por una fuerte dependencia a las drogas, Kevin Carter se quitó la vida.

aves!” Que le pregunten a los famèlicos moribundos por inaniciòn en el Africa negra. Es sobradamente claro que el dios que hace esta afirmaciòn, no es el dios de la desgraciada niña de la foto. No es a esa niña a quien el sanguinario dios esclavista judìo le da de comer, sino a las aves, en este caso al buitre que espera a que su banquete estè listo. “¡Y ustedes valen màs que las aves!”, es la aseveracion de un dios hipòcrita, pues en la fotografìa quien vale màs no es el ser humano, sino el ave; quien come no es la niña, sino el depredador carroñero. El dios de referencia no se conmueve ante la desgracia de los seres humanos, y podemos asegurar que Kevin Carter, el fotògrafo de la gràfica, mostrò infinitamente màs sensibilidad humana que todos y cada uno de los dioses cristianos, desde el dios principal, Jehovà, pasando por el llamado Hijo del Hombre y el inùtil Espìritu Santo, hasta los àngeles màs insignificantes, pues abrumado por la carga emocional que conlleva un espectàculo como el captado en la foto, optò erròneamente por suicidarse.

VIII

Los “Cristianos” no son Cristianos

Siempre he establecido que los “cristianos” no son cristianos, ya que solo cumplen de manera eclèctica los mandatos del dios objeto de su culto. Un ejemplo patètico es Lucas, 6:29: “Si alguien te quita la capa, dale tambièn tu camisa.” No hay un solo “cristiano” que practique este disparate. Si un ladròn entra a tu casa y te roba el televisor, ¿debes llamarlo para que tambièn se lleve tu nevera? ¡Absurdo! Si el hombre no sembrara ni cocechara ni guardara la cocecha en los graneros, como enseña Jesucristo, la sociedad moderna sufrirìa un colapso, y regresar a la edad de piedra serìa cuestiòn de tiempo. Serìa interesante ver còmo la General Motors, British Petroleum, Sony, Mitsubishi, etc., desarrollarìan sus negocios sin plan ni proyecciòn alguna. La misma vida del individuo, sin plan de ahorro y sin metas claras, es la receta perfecta para el caos y el fracaso.

Dato curioso es que el “Hijo del Hombre” llama a sus interlocutores hijos de Jehovà (Mateo, 6:26). ¿En què quedamos, Jesucristo es hijo unigènito o hay màs hijos? Despuès de analizar la mitològicamente abigarrada religiòn cristiana, podemos colegir que ni lo uno ni lo otro, pues Jehovà y Jesucristo no son màs que los ùltimos dioses de la mitologìa que han entrado ya en su face de agonìa final, cuyos estertores se sienten en todo el continente americano, disfrasados de “avivamiento” cristiano.

En el versìculo 27, el vehìculo mediante el cual “se llega al padre” dice que “En todo caso, por mucho que uno se preocupe, ¿còmo podrà prolongar su vida ni siquiera una hora?” Jesucristo ni siquiera se imaginaba el enorme avance de la ciencia del siglo XXI. Partìa de las magras posibilidades de los remedios coetàneos, y ni por sospecha podìa concluir que con una dieta sana y ejercicios cotidianos, ademàs del uso de la tecnologìa mèdica y los medicamentos inventados por la ciencia, no por los dioses cristianos, a sus acòlitos les era posible añadir tiempo a su esperanza de vida. En la època que abordamos , la espectativa de vida no iba màs allà de los 30 o 40 años. Un dios con el poder de dar vida eterna a sus seguidores, podìa por lo menos, hacer retroceder este lìmite para que los apòstoles tuvieran màs tiempo de divulgar “su mensaje”. Tuvo que ser la ciencia junto a la tecnologìa moderna, la encargada de empujar las fronteras de la permanencia de la vida individual del hombre sobre el planeta, a regiones insospechadas, mientras los dioses cristianos, observando el juego desde los “blìchers”, se limitan solo a prometer una aburrida “vida eterna” de alabanzas al dios jefe, alimento de su megalomanìa, o a amenazar al “pecador” con la calurosa residencia del opositor eterno y aparentemente inderrotable.

IX

Jesucristo no Quemò a los Malvados

En Malaquìas (transcripciòn de la palabra malajì que significa mi mensajero), Jehovà-Jesùs dice que cuando èl venga detràs de su mensajero “todos los orgullosos y malvados arderàn como paja en una hoguera” (4:1), y que “en ese dìa que estoy preparando, ustedes pisotearàn a los malvados como si fueran polvo.” Nada de esto sucediò cuando llegò Jesùs-Jehovà, y por el contrario, la misma Jerusalèn desapareciò bajo el peso de la bota de las huestes legionarias de Tito. Màs que Jesùs-Jehovà, pudo Judas Macabeo en el siglo II a.e.c., ya que mientras el primero solo dirigiò un pequeño movimiento insurreccional, terminando ràpidamente ejecutado en la cruz romana, Judas encabezò un exitoso levantamiento independentista contra las hordas selèucidas. “Era el tercer hijo del sacerdote Matatías, que con su familia, fue el centro y alma de la revuelta patriótica y religiosa de los judíos contra los reyes seléucidas de Siria.

Judas fue designado por su agonizante padre, como el nuevo líder de la banda de soldados guerrilleros rebelados contra Antíoco IV Epífanes en el año 167 adC, y permaneció en mandato hasta el 161 adC. Estaba animado con una gran fe en lo que él creía era el apoyo de Dios, por la bondad de la causa. Comenzó sus operaciones militares atacando y quemando muchos pueblos que se habían manifestado en favor de los enemigos de Israel, y cuando fuerzas armadas regulares fueron enviadas para poner fin a su acoso, no dudó en enfrentarlas en el campo (II Macabeos, 8:1-7).

Demostró varias veces que era un excelente táctico y un guerrero intrépido. Entre sus hazañas militares se mencionan la derrota y muerte de Apolonio, saqueador de Jerusalén, y la derrota de las fuerzas sirias, conducidas por el delegado gobernador Serón, en un encuentro en Bethoron (I Macabeos, 3:10-24). Otros líderes sirios que también fueron vencidos por Judas, fueron los visires Gorgias, Nicanor, Timoteo, Bachides y Lysias.” (Enciclopedia Catòlica). Para derrotar a sus enemigos, este hèroe judìo no puso “la otra mejilla”, como de seguro no la hubiese puesto Jesùs-Jehovà si hubiese puesto a arder “como paja en una hoguera” a “todos los orgullosos y malvados” de Malaquìas, 4:1.

X

Jesùs no Hizo que Padres e Hijos se Reconciliaran

Malaquìas, 4:6: “Y èl (Elìas, nota a.f.j.) harà que padres e hijos se reconcilien. De lo contrario vendrè y castigarè su paìs, destruyèndolo por completo.” Ni Juan (Elìas, segùn Jesùs-Jehovà) ni el supuesto hijo de Dios lograron este objetivo. Y este ùltimo por el contrario, vino “a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra; de modo que los enemigos de cada cual seràn sus propios parientes” (Mateo, 10:35-36). Ya esto sucediò en el siglo VIII a.e.c., segùn el “profeta” Miqueas (7:6), por lo que este “dios” no harìa mas que repetir la dosis. Aquì habrìa que preguntar si algùn ciudadano en sus cabales seguirìa a un supuesto dios que tenga como objetivo destruir la familia como asegura “El” mismo en la confesiòn citada. Y “no crean que yo he venido a traer paz al mundo; no he venido a traer paz, sino guerra” (Mateo, 10:34), manifestaciòn que respalda el criterio dicho màs arriba, de que el mesìas no era un santo redentor de almas “perdidas”, sino un jefe guerrillero antimperialista. Cabrìa preguntar ademàs ¿què pasarìa con los que ya dieron su dinero y regalos al hambriento “dios” para que haya “alimentos en mi casa” (Malaquìas, 3:10)? A esto se argÜirà con Santiago, 2:10 que “si una persona obedece toda la ley, pero falla en un solo mandato, resulta culpable frente a todos los mandatos de la ley.” Pero sucede que Jehovà-Jesùs no pone condiciòn alguna para “purificarnos” ni quitar “nuestras manchas” (Malaquìas, 3:2). Mas si la persona que “falla en un solo mandato” es culpable ante todos los mandatos de la ley, es que tiene su asiento en el autobùs de la excursiòn para el “lago de fuego”, como debe tenerlo Jesùs-Jehovà por no cumplir, y llamar a no cumplir, el mandamiento del sàbado, entre otros, tan importante para su “progenitor”: “Deben respetar mis sàbados, porque esa es la señal entre ustedes y yo atravès de los siglos, para que se sepa que yo, el Señor, los he escogido a ustedes, y deberàn respetarlo. El que no respete ese dìa serà condenado a muerte... Cualquiera que trabaje en el sàbado serà condenado a muerte. Asì que los israelitas han de respetar la pràctica de reposar en el sàbado como una alianza eterna atravès de los siglos.” (Exodo, 31:13-16).

Se podrà decir que Jesùs es Jehovà, y puede cambiar la ley cuando le paresca, pero este criterio no se sustenta por solidez propia, ya que “Dios no es como los mortales: no miente ni cambia de opiniòn” (Nùmeros, 23:19). Y en caso de que cambie de opiniòn, concederìa ser tan humano como el màs vulgar de los mortales. Aunque tampoco podemos fiarnos de Nùmeros, 23:19, porque Jonàs tiene una opiniòn diferente en el capitulo 4, versìculo 2: “Anuncias un castigo y luego te arrepientes”, opiniòn que apoya I Samuel, 15:11, cuando cita a Jehovà-Jesùs diciendo: “Me pesa haber hecho rey a Saul”, lo mismo que Gènesis, 6:7, donde Jehovà se arrepiente de haber “creado” al ser humano: “Me pesa haberlos hecho.” Pero para colmo de desconcierto, pareciera ser que este “dios” sigue Nùmeros, 23:19 cuando se trata de pueblos dèbiles, y Jonàs, 4:2 cuando es una naciòn poderosa la que està en juego. “Por lo tanto, ve y atàcalos; destrùyelos con todas sus posesiones, y no les tengas compasiòn. Mata hombres y mujeres, niños y recièn nacidos.” Esta es la orden de extermino del empobrecido pueblo de Amalec que da Jehovà-Jesùs al rey Saul en I Samuel, 15:3. A este rey se le ocurriò traer como prisionero a Agag, rey de Amalec (I Samuel, 15:20), y “la tropa se quedò con ovejas y toros, lo mejor de lo que estaba destinado a la destrucciòn, para sacrificarlo en honor del Señor tu Dios (de Samuel, nota a.f.j.) en Guilgal.” (I samuel, 15:21). La respuesta de Samuel a los hechos de Saul es: “¿Porquè desobedeciste sus òrdenes..., actuando mal a los ojos del Señor?” (I Samuel, 15:19), “y como tu has rechazado sus mandatos, ahora èl te rechaza como rey” (I Samuel, 15:23). Señores, oigan bien, el sanguinario dios israelita rechaza como rey a Saul porque, aunque matò a “tùtiri mundati” en el pueblo de Amalec, ¡¡dejò viva una persona y parte del ganado!! Por un momento imagìnense la devastaciòn, cadàveres de hombres y mujeres, cuerpos desmembrados de niños y recièn nacidos por todas partes, sangre cubrièndo calles y paredes, un cuadro verdaderamente dantesco. Nada de esto logra estremecer el cimiento emocional de esta bestia, elevada desorbitadamente de rango por la imaginerìa judìa y cristiana. Su sed de muerte no fue saciada con tan sangrienta matanza, muestra brutalmente clara de que el mandamiento de “no mataràs” no alcanza validez universal, sino dentro del estrecho corral del autoproclamado “pueblo de Dios”. Aunque dèjenme decirles una cosa, cuando a este “divino espìritu creador” se le “monta” el conde Dràcula, lo mismo le da que sea un pueblo extranjero, como su propio pueblo “elegido” el prado de su guadaña. Cuando Moisès bajò de la loma del Sinaì con las tablas que contenìan el còdigo legal por el que se regirìa la sociedad judìa, viò el becerro de oro que exigiò el pueblo, y que hizo Aaron (Exodo, 32:24) el hermano de Moisès. Este montò en ira, y llamò a los que estaban de su lado. “Entonces Moisès les dijo: -Asì dice el Señor, el Dios de Israel: ‘Tome cada uno de ustedes la espada, regresen al campamento, y vayan de puerta en puerta matando cada uno de ustedes a su hermano, amigo o vecino’. Los levitas cumplieron las òrdenes de Moisès, y ese dìa murieron como tres mil hombres. Entonces Moisès dijo: - Hoy reciben ustedes plena autoridad ante el Señor, por haberse opuesto (lèase “matar”, nota a.f.j.) unos a su hijo y otros a su hermano. Asì que el Señor los bendice (por ¡matar a su propio hijo y a su propio hermano!, nota a.f.j.)..” (Exodo, 32:27-29). Aquì sì son idènticos Jehovà-Jesùs y Jesùs-Jehovà, pues como señalamos màs arriba Jesùs-Jehovà vino a este mundo “a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra; de modo que los enemigos de cada cual seràn sus propios parientes” (Mateo, 10:35-36). Lo màs bonito de todo esto es que el que hizo el “jodìo” becerro, Aaron, no recibiò ningùn castigo.

En el caso de Amalec, Jehovà-Jesùs no se arrepintiò. Fue consecuente con su postulado evacuado en Exodo, 23:19. Sin embargo, la historia cambiò cuando la ciudad a destruir fue Nìnive, la capital del poderoso imperio asirio, el mismo que destruyò Samaria, y eliminò o deportò toda su poblaciòn israelita, reemplazàndola por colonos asirios. De aquì las lamentadas tribus perdidas de Israel, por las que su dios no pudo hacer absolutamente nada. Con Nìnive funcionò el arrepentimiento, el que Jehovà-Jesùs justifica diciendo: “Tu no sembraste la mata de ricino, ni la hiciste crecer; en una noche naciò, y a la otra se muriò. Sin embargo le tienes compasiòn. Pues con mayor razòn debo yo tener compasiòn de Nìnive, esa gran ciudad donde hay ciento veinte mil niños inocentes y muchos animales” (Jonàs, 4:11). Los ciento veinte mil niños asirios son inocentes, pero los miles de niños lactantes amalecitas son culpables (¡?) y habìa que aniquilarlos. No puedo màs que pensar que Jehovà-Jesùs temiò las duras represalias del implacable y rapaz imperio asirio, y temblò ante la posibilidad de que Judà fuera aplastada por el peso del ejèrcito asirio, mucho màs poderoso que los ejèrcitos de Jehovà-Jesùs. Visualicen mentalmente a un pueblecito como Las Matas de Farfàn amenazando al tenebroso imperio Yankee: “Anda, vete a la gran ciudad de Nìnive (lèase Nueva York) y anuncia que voy a destruirla, porque hasta mi ha llegado la noticia de su maldad” (Jonàs, 1:2). Moverìa a risa el predicador matero yendo por las avenidas Broadway y Saint Nicholas “predicando” la ridìcula decisiòn de las “imponentes” fuerzas armadas de Las Matas de Farfàn. Amigos mìos, es la misma relaciòn. Una aldea depauperada amenaza con destruir el imperio. La garza le tira a la escopeta.

Jonàs dice que “los habitantes de la ciudad, grandes y pequeños, creyeron en Dios (Jehovà-Jesùs, nota a.f.j.)” (Jonàs, 3:5). Parece que los tres dìas en la barriga del “enorme pez” (Jonàs, 1:17) lo volvieron loco, porque la historia solo es testigo del dios guerrero Ashur, como dios principal de los asiros, y de Shamash, dios de la justicia, entre otros dioses, pero de ningùn modo de Yavè, que es una poco original creaciòn judìa con material canaanita.

XI

Jehovà y Jesùs no Conocen el Futuro.

Una ùltima pregunta, pero no menos vàlida: si estos dos dioses son conocedores del futuro, pues son sus creadores, ¿còmo es que en el citado versìculo de Malaquìas, el “dios padre” dice: “de lo contrario”? Si èl manda a Elìas para “que padres e hijos se reconcilien”, se supone que èl està seguro de lo que va a suceder; èl es el dios omnisciente, nada escapa a su conocimiento, ni pasado, ni futuro, ni presente, absolutamente nada. Sè que la respuesta es el mismo cuento de siempre: “es que èl le da al hombre libre albedrìo”. Pero es que, una de dos: o el hombre tiene carta blanca para construir su propio porvenir como le venga en ganas, en cuyo caso el dios no tiene manera de conocer el futuro de nadie, o el dios conoce lo que le va a suceder a cada uno, por lo que este programa individual tiene existencia real, y si el dios judìo hizo todo lo que existe, èl es el origen de todo lo que el ser humano haga, malo o bueno. “La palabra de Dios” avala este critero, ya que Amòs, 3:6 dice: “Si algo malo pasa en la ciudad es porque el Señor lo ha mandado”, secundado por Isaìas, 45:7: “Yo creo la luz y la oscuridad, produzco el bienestar y la desgracia. Yo el Señor, hago todas estas cosas.” A confesiòn de parte relevo de pruebas. Tambièn a Satanàs lo creò, estando bien consciente de todo el “lìo” que este “dios rabù” iba a hacer en la tierra. Y si no conocìa el futuro “delincuentazo” que serìa el àngel Satanàs, ese ineficiente dios judìo debe por lo menos pagar las consecuencias de su experimento fallido, no el hombre, que nada tiene que ver con esta absurda “creaciòn”.

XII

¿Juan Como Testigo?

El engañado cristiano echarà mano de Juan, 1:32-34, como argumento estelar en favor de Jesùs-Jehovà, donde el bautista aparece como testigo de que dicho “dios” era aquel que habrìa de venir detràs de èl: “He visto al Espìritu Santo bajar del cielo como una paloma y reposar sobre èl. Yo todavìa no sabìa quien era; pero el que me enviò a bautizar con agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que el Espìritu baja y reposa, es el que bautiza con Espiritu Santo’. Yo ya lo he visto, y soy testigo de que es el Hijo de Dios.” Que el bautista dijo esto es dudoso, partiendo de la informaciòn que da Pablo en Hechos, 19:2: “‘¿Recibieron ustedes el Espìritu Santo cuando se hicieron creyentes?’ (pregunta Pablo a los cristianos de Efeso, nota a.f.j.) Ellos le contestaron: ‘Ni siquiera habìamos oìdo hablar del Espìritu Santo’.” Si el supuesto Elìas mensajero hubiese sido protagonista del descenso “divino” sobre el Hijo del Hombre (si es el “hijo del hombre”, no puede ser el hijo de un dios; aunque los evangelios mantienen bien oculto de què hombre se trata; ¿cuàl serà el misterio?), todos sus seguidores hubiesen conocido este hito històrico, siendo la piedra angular de su sistema de creencias. Por otra parte, si yo hubiese estado en las sandalias de Juan el bautista cuando èl oyò lo que oyò y viò lo que viò, ni siquiera una sombra de la màs nimia duda sobre el caràcter de Jesùs-Jehovà me hubiese asaltado jamàs. Jehovà-Jesùs me hablò, y yo lo vi con los ojos que tengo puestos en la cara. No existe ni la màs estrecha brecha que permita a la vacilaciòn màs insignificante su paso a mi conciencia. Solo la repeticiòn constante de la tosuda realidad de los hechos podrìa hacerme vacilar, como en efecto vacilò Juan cuando estaba en prisiòn: “Entonces enviò (Juan, nota a.f.j.) a algunos de sus seguidores a que le preguntaran (a Jesùs, nota a.f.j.) si èl era de veras el que habìa de venir, o si debìan esperar otro.” (Mateo, 11:2-3). Y esta decisiòn la toma Juan cuando “tuvo noticias de lo que Cristo estaba haciendo” (Mateo, 11:2), muestra de que Jesùs-Jehovà no cumplìa con las tareas acordadas.

Para terminar, y aunque Jesùs-Jehovà dijo que “Juan es el profeta Elìas que habìa de venir” (Mateo, 11:14), permìtaseme señalar que el bautista tampoco creìa ser Elias, si hemos de creer su propia confesiòn a los sacerdotes que lo interpelan: “ ‘¿Qièn eres pues? ¿El profeta Elìas?’ Juan dijo: ‘No lo soy’. Ellos insistieron: ‘Entonces, ¿eres el profeta que ha de venir?’. Contestò: ‘No’.” (Juan, 1:21). Y que no digan los cristianos que contestò de esta manera por temor, pues fue el mismo Jehovà-Jesùs quien lo enviò y le diò su apoyo irrestricto, y “si Dios està con nosotros, ¿quièn contra nosotros?”.

Y si Juan no es Elìas, y puesto que Jesùs no tiene el caràcter de quien Malaquìas dijo que vendrìa detràs del mensajero, este no ha llegado, ni Jesùs tampoco es Jehovà.

Amaury Fernàndez Jorge

Santo Domingo, 28 Set. 2007


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